Niños que empeoran cuando no conviene...
05/10/2010
Esta tarde he tenido un par de entrevistas en las que encuentro un común denominador: los niños no ayudan sino que complican aún más la complicada situación familiar.
En el primer caso hablo con una mamá que ha sufrido recientemente la muerte de su padre, con el que tenía una relación muy estrecha. A principios de verano. Está en pleno duelo. Su hijo, de unos dos años y medio, ha empezado a empeorar su comportamiento de forma extraordinaria. La entrada en la guardería ha sido bastante caótica, en especial para la familia: lloros, pataletas, dificultades para dormir,...hábitos que tenía asimilados ahora parecen haber desaparecido por arte de magia.
La madre aún está rota por dentro. De baja, con una entrada en el trabajo más que inquietante e imprecisa en el tiempo. Con la obligación de atender demasiados frentes a la vez: su madre, su hijo, su pareja (que la apoya), aún arreglando papeles del fallecimiento,...Le he recomendado que busque ayuda externa, si lo ve necesario y que se dedique tiempo. En cuanto ella esté mejor, el niño mejorará. Le he dado un par de consejos educativos, sin mucho peso. Lo importante es aceptar la necesidad de sentir su propio dolor (en vez de ir de un lado para otro, como intentando ayudar y huir a la vez de su propia situación), de llorar si hay que llorar y reir si hay que reír. No pasa nada si su hijo la ve llorando, no hay que reprimir las emociones en exceso, como lo estaba haciendo.
En la segunda entrevista unos padres que, por diferentes motivos, tienen un nivel de estrés muy alto. Ella llega con los problemas del trabajo a casa -antes su carácter era un remanso de paz-. Él quiere hacer las cosas, todo en general, de forma casi perfecta. Además, es algo cabezota. Pasan de la advertencia al grito demasiado deprisa. No hay calma. Les he explicado que para que un niño haga caso, para que haya autoridad, es preciso:
Normas claras.
Constancia.
Consecuencia positivas y negativas (si se cumplen o si no se cumplen).
Y calma, toda esta receta debe ir empapada de calma.
Una calma que nos va a poder dar la clave de cuándo apretar o cuando fingir que no hemos visto u oído. Una calma que nos va a dar perspectiva e intuición de cuándo intervenir y cómo. Calma para poder antecedernos antes de que pasen cosas y “nos pille el toro”. Ahí está la esencia de la educación, en un arte en donde cada artista maneja los tiempos, las palabras, las risas y las caras serias según su criterio.
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